¿Cuál es la actitud que tenemos ante la comprensión de la vida?, ¿Caminamos por ella con los brazos abiertos mirando al cielo o creemos que somos una sentencia de nuestra mente?, ¿Qué nos produce más alegría, abrirnos al misterio de la vida, con todo su abanico de posibilidades, o sostener que las cosas son como limitadamente pensamos que son?
Cuando nos abrimos al misterio, nos abrimos al amor divino. Adoptamos la forma de un cuenco que recibe el grano de la tierra, de un valle que es saciado por las aguas que bajan de la montaña. El misterio sugiere que hay una realidad más sutil y delicada que aquella que definimos. Surge de lo que no es. Cuando nos abrimos al misterio de la vida nos abrimos a ese espacio, hacemos un hueco a lo indefinido. Lo que es se completa con lo que no es. Lo que somos, nuestra presencia física, es útil por lo que no vemos, por nuestro espíritu, por la energía de vida. Todo lo que somos, todo lo que vemos, se lo debemos a lo que no comprendemos ni vemos.
Cuando conectamos con esa otra parte iniciamos una transferencia de datos de lo limitado a lo infinito, de la negación a la posibilidad.
Sí, efectivamente hay algo que nos sostiene. Eso está trabajando para nosotros en pro de nuestro bienestar y alegría. Nos ama y nos brinda su mano, su corazón celestial.
Si miramos atrás, nos daremos cuenta que toda nuestra vida ha sido un milagro, un fruto del misterio. Fueron sucediendo cosas que no sabíamos ni imaginábamos que iban a ocurrir. Abrirse al misterio es permanecer de pie junto a una ventana abierta, confiado en que la brisa de la mañana siempre es nueva y refrescante. Reconocer el campo de posibilidades que nos rodea es reconocer la extraordinaria manera en que se manifiesta el presente.
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