En ocasiones, cuando conocemos a una persona, hay algo en ella que no sabemos qué es, pero que nos eleva, nos hace sentirnos mejor, nos maravilla y nos genera admiración. No es algo físico, mental, intelectual o cultural. Tampoco es un rasgo de su personalidad, una habilidad concreta que posea, una creencia, un conjunto de ideas, un hábito o pasión que tenga. Es algo más profundo que surge de un lugar luminoso.
Si nos entregamos a las bondades del sistema de conocimiento que reside en nosotros y en el Universo podremos empezar a vivir por y para algo que siempre genera abundancia, alegría y sentido.
Para ello, debemos estar abiertos a reconocer lo virtuoso en el otro, a escuchar detrás de las palabras y a ver detrás de lo aparente. Lo virtuoso en el otro no es algo que la otra persona ostenta y ofrece conscientemente, sino algo que la acompaña aun sin ella saberlo. Si nos abrimos al misterio y al mundo paralelo de posibilidades que existe en cada instante de presente, podremos visualizar el o los mensajes y aprendizajes que debemos recibir detrás de cada lección y detrás de cada persona. La verdad opera sabiamente en cada partícula de vida.
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