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  • Luz Boscani

La historia de Neru


Tenía ochenta y seis años, lo llamaban Neru. Estaba en un centro geriátrico de Seattle desde hacía mucho tiempo. Su familia ya no podía cuidar de él.

La habitación era minimalista, las cortinas blancas y largas, la mesa de madera, la cama grande y cálida, el baño amplio y cómodo para poder llegar a él con el suero y todos aquellos artilugios médicos. No podía quejarse. Las vistas eran asombrosas. Desde su ventana podía contemplar un parque embellecido por el verdor descarado que algunos pinos relucían.

Un día como cualquier otro ocurrió algo extraño. Abrió sus ojos tímidamente, se levantó de la cama con gran esfuerzo y se acercó al baño para lavar su cara. De repente, mientras se miraba al espejo, escuchó una voz. Parecía que este le estaba hablando. Sin embargo, era su voz interior la que pretendía dialogar, su corazón envejecido que deseaba decirle algo. Con los ojos saltones prestó atención como quien mira algo realmente atónito y escuchó:

“Cómo me gustaría volver a ser joven. Si pudiera volver a nacer cambiaría tantas cosas en las que creo que me equivoqué. Qué tonto fui en no vivir mi vida, en no haber sido lo que yo quería ser sino como los demás esperaban que fuera. ¿Por qué habré trabajado en algo que no me gustaba? Desperdicié mi vida haciendo algo que no me hacía feliz, solo me daba dinero. Si hubiese sabido que la riqueza que acumulé no me la puedo llevar a otra vida, si me hubiese dado cuenta de que no me hacía más feliz, no me hubiese desesperado tanto por perseguirla. Si en vez de sufrir hubiese comprendido un poco más el destino. Si me hubiese importado menos lo que decían los demás. Ojalá hubiese pasado más tiempo con mi hermosa familia, con mis hijos. Fueron tantos años alejado de mi corazón, tantos años estresado persiguiendo todo tipo de cosas que ahora mismo no tengo conmigo.

De lo único que no me arrepiento es de haber amado. Guardo conmigo cada caricia, cada gesto, cada abrazo. Si tuviera cerca a mis hijos les contaría lo corta que es la vida. La terrible sensación de saber que te vas a morir sin haber cumplido tus sueños. A veces siento que mi pecho se cierra, que algo me está quemando por dentro. El enojo y la impotencia se apoderan de mí porque ya no puedo hacer lo que me gusta. Me equivoqué. Si tan solo pudiera volver a nacer, cómo me amaría, cómo me amaría…”.

Un día como cualquier otro ocurrió algo extraño. Sonó el despertador. Neru miró su móvil, lo desactivó y con gran esfuerzo se levantó de la cama y se acercó al baño para lavar su cara. Se miró al espejo, un poco dormido todavía y vio su imagen borrosa, su cara arrugada por los años, su calvicie, su barba blanca de tres días. Humedeció sus ojos, los secó con la toalla y volvió a observar su reflejo. Un grito eufórico lo sacudió. No era viejo. La imagen que el espejo le devolvía era de una persona joven y fuerte. Estaba completamente conmovido. Parecía que la vida le había dado la oportunidad de volver a nacer, de cumplir con todos los deseos que en su vejez le oprimían el pecho. Había cierta magia en aquella habitación. Las cortinas blancas bailaban al compás de la suave brisa que sin permiso entraba por la ventana. Los delicados rayos del sol del amanecer, vergonzosos todavía, rozaban su piel.

Volvió a mirarse al espejo. Sentía una especie de alivio, como si un manto de luz rosa lo abrazara. Todo había sido un sueño. Había soñado que era anciano.

Se miró por primera vez con ojos de amor y pronunció las siguientes palabras, aquellas que jamás olvidaría: “Hoy volví a nacer. Estoy muy entusiasmado por esta oportunidad. Seré libre y viviré la vida que siempre soñé. Hoy ya no me importa conformar a los demás, solo viviré para mí, para mi corazón. Te quiero Neru”.

Anónimo

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