“Yo te amo porque tuve un sueño, encontré un rey,
vendí cristales, crucé el desierto, los clanes declararon la guerra
y estuve en un pozo para saber dónde vivía un alquimista.
Yo te amo porque todo el Universo conspiró para que yo llegara hasta ti.”
El alquimista. Paulo Coelho.
No quería ir al curso porque estaba cansada. Había asistido a la instructora en el que se dictaba por las mañanas y por la noche solo deseaba comer y dormir. Pero me pidió que fuera y, por supuesto, acepté. No había nada que me pidieran y yo me negara. Siempre sentí un profundo agradecimiento, como si les debiera toda mi felicidad por la oportunidad que me dieron.Fue un grupo reducido y muy lindo. Éramos todos chicos jóvenes, pero muy centrados en la espiritualidad y en profundizar. Ese día había en la sala muchos corazones rebosantes de esperanza con ganas de emprender el camino de la felicidad y el bienestar.
Durante el curso, haciendo un ejercicio donde cada uno cuenta su vida en siete minutos, sentimos una especie de admiración e identificación. Tanto a él como a mí, la vida nos había hecho pasar por las mismas vivencias.
Días más tarde, antes de finalizar, mirándolo a sus ojos pensé: “¡Cómo lo quiero! Siento que lo conozco de toda la vida y lo quiero ayudar a ser feliz”.
Un mensaje de texto para ver cuál era el horario de satsang y una respuesta. Un correo de gratitud y un beso dulce de buenas noches. El apoyo para una entrevista laboral y un agradecimiento con todo el corazón. Esos fueron los primeros mensajes que compartimos.
Quedamos en un día. Deseábamos encontrarnos solos para hablar con más tranquilidad y hacerlo hasta que el sol se despidiera. Yo sentía que quería ayudarlo con todo mi Ser, como lo hacía con cada persona que iba a la sede. Pero, por algún motivo, él era especial y diferente al resto...
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