Mientras contemplo el cielo colmado de nubes negras, nubes que traen lluvia, me invade un sentimiento de miedo y calma a la vez. Miedo a las ráfagas de viento, a la turbulencia interior, al malestar, a la violencia mental, al vendaval de pensamientos tóxicos, a perder la salud. Miedo a no poder ser, a no poder seguir caminando cuesta arriba. Pero cuando estoy en el punto máximo de temblor noto cómo una voz inesperada me visita murmurando: “Mira el cielo azul y el sol detrás de las nubes negras que tanto te atemorizan. Nota cómo siempre están allí, intactos, imperecederos. Nota cómo la tormenta siempre es pasajera”.
¿Alguna vez ha llovido para siempre? Mira hacia atrás. Siempre has visto el sol después de la tormenta. Eso te recuerda que has sido más fuerte que ella, que has sobrevivido.
Me tranquiliza comprender que por más duro que sea el momento que estoy atravesando, este no durará para siempre. Sé que un día se irá para que otros acontecimientos lleguen a mi vida y traigan consigo la paz, la salud, la alegría y el amor que necesito.
Observa la naturaleza y advierte cómo los hechos llegan a tu vida para hacerte fuerte, las tormentas te azotan para que vayas más allá de lo superficial, para que encuentres respuestas sabias a tus preguntas. Percibe cómo al pasar la tempestad te has convertido en alguien más fuerte y sabio.
Los obstáculos son milagrosos y necesarios instrumentos en un camino de sabiduría, son los que proporcionan conocimiento. Sin ellos, la madurez emocional no existiría. Sin ellos, la verdadera felicidad, la perdurable, sería imposible de alcanzar.
Recibe el torbellino con serenidad y alegría.
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