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  • Luz y Gael

Muévete con naturalidad


Es importante que observemos desde dónde accionamos y porqué lo hacemos.

Cuando una actividad, una rutina, se convierte en algo que llevamos a cabo para tapar otras cosas, otras necesidades o virtudes más profundas, nos convertimos en esclavos de algo que no procede de nuestro Ser. Si aprendemos a escucharnos, a preguntarnos con serenidad qué es lo que realmente quiere nuestro corazón, estaremos dándole pábulo y espacio a cosas y a emociones que verdaderamente nos reconfortan.

Muchas actividades que llevamos a cabo a lo largo del día las hacemos para satisfacer el dictado de nuestra mente. No importa que tu mente encuentre una justificación racional a algunas de ellas: “¿Cómo no voy a hacer esto o aquello otro?, si no lo hiciera…”. Algunas suplen una carencia emocional, otras, las practicamos para descargar el estrés y otras, para matar el aburrimiento por no saber qué hacer.

Yo te digo que hay muchas cosas buenas esperándote detrás del emporio estructural de tu mente, de las programadas necesidades que te autoimpones. Algunas de ellas pasan a convertirse en una adicción. No importa si son saludables o no, el “problema” surge cuando nos sentimos mal o enojados si no las llevamos a cabo tal y cómo queríamos. Entonces, un objetivo primario está siendo subordinado a uno secundario. La bondad del objeto o de la actividad está siendo controlada por su cumplimiento o no. Esto nos controla y nos produce malestar.

Nos estamos diciendo: “Si hoy no hago esto entonces no puedo sentirme bien, fresco, alegre, relajado. No tengo herramientas interiores que me proporcionen el mismo placer”.

La bondad y la dicha de nuestra libertad están siendo aplacadas por los beneficios que otorgamos a lo que hacemos. Pero, ¿qué prefieres, sentir que eres una persona fuerte, libre e independiente o una persona que depende de una actividad para ser feliz?, ¿qué crees en profundidad que te hace sentirte mejor?

No resulta tan importante divertirse y realizar, con cierta frecuencia, actividades que nos gustan, como el que se conviertan en algo completamente imprescindible para nosotros, que se conviertan en dueñas de nuestra vida y las otorguemos esa legalidad, ese poder. Porque entonces, ese poder que le otorgamos nos lo estamos restando a nosotros mismos.

Soltar, dejarse llevar, escucharse, ser natural, nos reconforta, nos libera y nos lleva a un espacio más sanador. Un espacio donde sentimos que tenemos todo dentro. Tienes tanto poder dentro de ti como para generar en ti, o atraer a ti, los mismos beneficios que te otorga esa actividad multiplicados por diez. Cuando pruebes la fuerza interior que te aporta permitirte ser libre de algunas rutinas, no querrás volver a hacerte preso de ellas. Tu cuerpo, tu mente y tu Ser te piden cosas diferentes a cada momento. Escúchalos.

La naturalidad es contemplar cómo cae la hoja en el otoño para transformarnos en ella. Se mueve de una lado al otro, de una dirección a la otra, según como venga el viento. Ser natural es darte lo que mejor te hace a cada momento, aquello que te pone en comunión con Dios. Es parar unos segundos para preguntarte: “Lo que voy a hacer ahora, ¿es lo que realmente pide mi corazón?”.

El placer que proporciona ceder nuestra voluntad y nuestro deseo mental a otra cosa, a otra actividad, ya sea para ti o para alimentar el amor hacia otra persona, es mucho mayor que el placer pasajero de la rutina impuesta por nuestro ego. Además, cuando nos habituamos a renunciar a algo que nace del capricho de nuestra mente para hacer algo bueno por otro, estaremos abriendo la puerta al amor de Dios, algo que siempre cuidará de nosotros, que siempre nos devolverá lo que damos, pero multiplicado.

No podrás experimentar tu creatividad si te transformas en un esclavo de una agenda y una rutina. La creatividad te lleva aún más lejos. Prueba a divertirte con todo el elenco de atracciones que la vida te ha regalado. No te limites.

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