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  • Gael Rodríguez

¿Con qué ojos nos miramos?


A veces reconocemos cosas en nosotros que no nos gustan, que no nos hacen bien. La propia cadencia con la que se desarrolla la vida nos lleva a navegar hacia ríos de sereno, allí donde el atardecer nos llena. Nos hacemos responsables y buscamos la mejor manera de resolver nuestros conflictos, de volver a conocernos.

Conforme caminamos, en ese lago de dudas, de equívocos, de preocupaciones, de miedos, nos vamos abriendo a la conciencia de cuán frágil es nuestra condición humana. Cada día iniciamos una nueva batalla. La valorable batalla que enfrentamos con nosotros mismos. Valorable porque es la más intensa y duradera, la más feroz que deberemos afrontar hasta el último de nuestros días. Como un galeón que conquista nuevos y desconocidos mundos, avanzaremos en medio de tormentas y días soleados. En ese proceso, nos adentraremos en el ancho campo de lo humano y del misterio de la vida.

Un día, interrumpimos el paso. Miramos a lo alto, contemplamos el cielo, dejamos que el aire nos acaricie, penetramos la mirada en el verde de una hoja. Cerramos los ojos. Contemplamos la forma tan indiscriminada y cruel que tenemos de tratarnos, cómo y de qué manera nos criticamos. Contemplamos el eco repetido y estéril con que nuestra mente nos hace vernos, el espejo emponzoñado en el que nos miramos. Y nos preguntamos: ¿Con qué ojos me estoy mirando?, ¿Con los ojos de Dios, dulces y enamorados, o con los ojos de mi mente, limitada y corrompida?, ¿Con cuánto amor me trato?, ¿Con cuánto amor merezco tratarme?

Ensanchamos la mirada, apartamos los velos y contemplamos la verdad. Nos comprendemos, nos abarcamos, nos perdonamos. Desde la totalidad nos abrazamos y vemos cuán insignificante somos y qué pobre, pequeña y mentirosa la forma en que nos tratamos.

Todo depende de la grandeza con que miremos las cosas.

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