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  • Luz Boscani

El silencio


Normalmente llenamos nuestros días de palabras, y me atrevo a decir que la mayoría son sin sentido. Hablamos por hablar, hablamos para llenar silencios, vacíos. Vacíos internos propiamente nuestros y de nadie más. Generamos ruido en vano.

Hemos caminado mucho, hemos bebido demasiado y, sin embargo, seguimos teniendo sed. Esa sed solo puede saciarse con el silencio. Una vez que hemos experimentado con nuestra pareja los más maravillosos pasos del amor, estamos preparados para el silencio.

Desde la pureza del amor verdadero, del estado de sosiego que marca el corazón, podemos caminar de la mano por el más bello sendero, el del silencio infinito. No es un silencio incómodo, es un silencio en el que nos sentimos completos, llenos, saciados por primera vez.

Todo lo que vemos con nuestros ojos limitados y con nuestra mente pequeña no nos hará llegar a la verdad. Esta solo reside en nuestro espíritu, el cual podemos contemplar en silencio y con los ojos cerrados. Podemos estar tomados de la mano con nuestra pareja o simplemente sentir su presencia a nuestro lado.

Todo en esta vida nos agota, todo nos agita y nos mantiene alertas, pero ahora es el momento de la quietud, del reposo. ¿Cuándo sino ahora? ¿Cuándo podremos realmente sentir que descansamos de tantos estímulos?

La meditación es un estado al que cualquiera que “esté en corazón” puede llegar fácilmente. Muchas veces es necesario cerrar los ojos, y otras veces no. Por ejemplo, puede que estemos contemplando un bello camino de árboles mojados por una intensa lluvia en absoluto silencio y sentir la presencia, sentir esa energía que todo lo cambia, ese bálsamo que es inexplicable, que nos hace sentir que no estamos solos, que hay algo más, algo más grande, algo superior.

Muchas veces estando en reposo y gracias a generar momentos de silencio podremos descubrir los más maravillosos estados meditativos.


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